Los autos ya casi no transitan y los pocos que quedan a
penas si se detienen. Los últimos transeúntes aceleran el paso ante la paranoia
de estar siendo perseguidos. En alguna calle la sirena de una ambulancia suena:
el anuncio de un nuevo crimen a la siguiente mañana no sorprenderá a nadie. Se
ha vuelto tan fácil y normal matar a un ser humano, como aplastar una
cucaracha, y lo mejor es que no hay que ir a la universidad para ello. Se
publican anuncios en internet, los reciben hombres atrapados en suburbios,
ahogados en deudas y vicios o simplemente malos. El hombre sentado en un cyber,
cerrando su bandeja de entrada no entiende aún qué lo llevó a esta situación.
Camina con tranquilidad por
la misma ciudad a la que otros temen. Cuenta mentalmente el dinero que aún no
gana, sabe lo que hará con él, de lo que no está seguro es de si vale la pena. Llega
a casa y por un momento imagina que le abren la puerta, que lo reciben como
antes. Pero solo hay una habitación vacía: tira las llaves resignado. No prende
la luz, pues se siente más cómodo en la oscuridad, abre las ventanas y se
acuesta en el sillón. Por primera vez se atreve a mirar hacia aquella puerta
rosada, pero aún no está listo. Aquel sentimiento de culpa no es nuevo, él ha
vivido rodeado de muerte y es lo único que le resulta familiar.
Es el mismo trabajo que ya
antes ha ejecutado, solo basta un movimiento de sus dedos y al instante llegará
a su celular un mensaje de confirmación del banco. Solo un simple roce de piel
contra el metal, solo una bala perdida que sabe muy bien hacia donde apuntar.
Pero no, esta vez no es tan fácil. Sabe que debe hacerlo, el día en que firmó
aquel contrato invisible se condenó para siempre, es perder a aquella criatura
amada por otros o la suya propia.
Se levanta, se toma la
cabeza entre las manos, tiene ahora de frente la puerta rosada, la estudia
detalladamente: cada pliegue, cada trozo faltante, se los sabe todos de
memoria. El tiempo apremia y sabe que no podrá escapar de aquella situación,
así que decide llevarlo a cabo esa misma noche. Esta vez no rezará un rosario,
ni prenderá una vela, espera que no tener testigos… ni suerte. Se levanta
arremetido por una gran dosis de adrenalina y vuelve a salir. Prefiere caminar,
correr, lo que sea que le impida pensar. Por primera vez desea fallar.
Es un barrio conocido, ha
pasado muchas noches ahí, estudiándolo todo. Es difícil de llegar si no se
conoce el camino, pues es un sitio escondido: hay un parque con una fuente y
alrededor una decena de casas. Sabe que el guardia de seguridad se entretiene a
esa hora con la telenovela y que no habrá problema si se sienta en las bancas. En
unos minutos llegará la última residente y esa será su hora tope para realizar
el trabajo.
La puerta de una casa blanca
se abre y aparece una niña de diez años con su madre, van a pasear al perro
como lo esperaba, no lo han visto. La pequeña camina, corre, salta… es tan
injusto… si tan solo… No, no debe pensar en ella ahora.
La luz de un faro de auto
llega para alumbrar aquella oscuridad, se estaciona muy cerca del hombre y baja
una joven uniformada de oficinista, tiene muchas cosas en los brazos. Él se
levanta y camina en su dirección, es la hora, la saluda, ella responde y sigue
de largo hacia la casa blanca. El perro le ladra, pero no con suficiente tiempo
para prevenir a alguien. El hombre solo saca un revolver de su pantalón y da
dos disparos. Se escucha el grito de una mujer y el golpe de cosas al caer...
Corre de regreso a casa, no
se percata de lo que va pasando ni las personas que lo miran. Llega y
apresuradamente entra en la habitación de la puerta rosada, en el centro hay
una cama con una niña de diez años que duerme. Se acuesta junto a ella y abraza
la mitad de su cuerpo, aquel accidente de tránsito le quitó más que su familia.
No ha llorado en años pero siente la necesidad de hacerlo. Sara se despierta y
con sus brazos intenta sentarse y besarlo. Arrastrándose la niña toma la sabana
puesta al final de la cama y tapa a su padre, susurrándole dulces sueños.
Me gusta la especie de introducción que se da al principio del cuento. En el final creo que el protagonismo podría seguir teniéndolo él en lugar de la niña, porque es un poco chocante la desesperación del padre y de repente la intromisión de la niña...
ResponderEliminar:) Estoy de acuerdo con Yoyita en cuanto al protagonismo de la niña al final del cuento. Le resta fuerza.
ResponderEliminarMe gusta la historia pero creo que deberías poner que la niña sale con la empleada (no con la madre) y el perro, y que la oficinista era la mamá de la niña que se dirige hacia la casa blanca. Talvés así le daría más impacto y crueldad al trabajo que realiza el protagonista. De ahí, me gusta como desarrollas el ambiente de la ciudad para ir insertando el tema criminal.
la descripción incial crea un muy buen ambiente en todo el cuento, pero la caracterizacion de la niña se pierde un poco de entre las descipciones. Me parece una muy buena narración
ResponderEliminarMe gusta el ambiente en la historia. Hay oraciones que no son necesarias, ya que se lo entiende en los hechos. Me gusta la historia y el ritmo que utilizas.
ResponderEliminarSe manejan muy bien los ambientes y el ritmo de la historia pero habría que trabajar la transición, a ratos uno se pierde.
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