jueves, 21 de junio de 2012

Llamada telefónica


Secretaria: Buen día, consultorio del Dr. Paredes. ¿En qué puedo servirle?
Voz: 
Secretaria: Señora, por favor le pido que se calme. El doctor no puede atenderle, en este momento se encuentra con una paciente.
Voz:
Secretaria: Si me sigue gritando no podré comunicarle su mensaje al doctor.
Voz:
Secretaria: Es imposible, no puedo interrumpirlo por más desesperada que usted esté.
Voz:
Secretaria: Sra. Alicia no llore por favor. ¿Ha tomado su medicación esta semana?
Voz:
Secretaria: Muy bien, respire profundo, no me cuelgue se lo suplico. Piense en sus hijos que la necesitan, la comunicaré inmediatamente con el Dr. Paredes.
Voz:
Secretaria: Sígame hablando, cuénteme de su vida, pero aléjese inmediatamente de la ventana.
(tapando el auricular)
Secretaria: Dr. Paredes, disculpe que lo moleste, pero la Sra. Alicia Altamirano está fuera de control, se la comunico.
Voz:
Doctor: Alicia, ¿cómo estas?
Voz:
Doctor: Hasta ayer que estuviste en mi consulta estabas estable, ya habíamos razonado el por qué no puedes huir con tu jardinero.
Voz:
Doctor: Por su puesto que tienes derecho, pero esta no es la forma. El hecho de que tu esposo te sea infiel no significa que tu debas devolverle nada.
Voz:
Doctor: Alicia, en este momento te exijo que retomes a tu lugar y hablemos como gente civilizada.
Voz:
Doctor: No, yo no me presto para tus juegos, no intentes manipularme. Nuestro pasado ya es lejano y nada tengo que ver con tus problemas de ahora.
Voz:
Doctor: Mi esposa no tiene por qué enterarse de nada, es tu vida la que está en conflicto, deja a la mía en paz y mejor ven acá, cancelaré mis citas para hablar contigo.
Voz:
Doctor: Tu eres mi paciente y una gran amiga, pero no te lo voy a permitir.
Voz:
Doctor: Muy bien, si esa es tu resolución final no me dejas más alternativas que internarte.
Voz:
Doctor: No lo hagas, además ya me cansé de tus chantajes.
Voz:
Doctor: Bien, iré allá inmediatamente sólo no toques el arma de tu esposo, déjala guardada.
Voz:
Doctor: Nos vemos en un minuto, espérame, iré solo.   

Indecisión


Los autos ya casi no transitan y los pocos que quedan a penas si se detienen. Los últimos transeúntes aceleran el paso ante la paranoia de estar siendo perseguidos. En alguna calle la sirena de una ambulancia suena: el anuncio de un nuevo crimen a la siguiente mañana no sorprenderá a nadie. Se ha vuelto tan fácil y normal matar a un ser humano, como aplastar una cucaracha, y lo mejor es que no hay que ir a la universidad para ello. Se publican anuncios en internet, los reciben hombres atrapados en suburbios, ahogados en deudas y vicios o simplemente malos. El hombre sentado en un cyber, cerrando su bandeja de entrada no entiende aún qué lo llevó a esta situación.
Camina con tranquilidad por la misma ciudad a la que otros temen. Cuenta mentalmente el dinero que aún no gana, sabe lo que hará con él, de lo que no está seguro es de si vale la pena. Llega a casa y por un momento imagina que le abren la puerta, que lo reciben como antes. Pero solo hay una habitación vacía: tira las llaves resignado. No prende la luz, pues se siente más cómodo en la oscuridad, abre las ventanas y se acuesta en el sillón. Por primera vez se atreve a mirar hacia aquella puerta rosada, pero aún no está listo. Aquel sentimiento de culpa no es nuevo, él ha vivido rodeado de muerte y es lo único que le resulta familiar.
Es el mismo trabajo que ya antes ha ejecutado, solo basta un movimiento de sus dedos y al instante llegará a su celular un mensaje de confirmación del banco. Solo un simple roce de piel contra el metal, solo una bala perdida que sabe muy bien hacia donde apuntar. Pero no, esta vez no es tan fácil. Sabe que debe hacerlo, el día en que firmó aquel contrato invisible se condenó para siempre, es perder a aquella criatura amada por otros o la suya propia.
Se levanta, se toma la cabeza entre las manos, tiene ahora de frente la puerta rosada, la estudia detalladamente: cada pliegue, cada trozo faltante, se los sabe todos de memoria. El tiempo apremia y sabe que no podrá escapar de aquella situación, así que decide llevarlo a cabo esa misma noche. Esta vez no rezará un rosario, ni prenderá una vela, espera que no tener testigos… ni suerte. Se levanta arremetido por una gran dosis de adrenalina y vuelve a salir. Prefiere caminar, correr, lo que sea que le impida pensar. Por primera vez desea fallar.
Es un barrio conocido, ha pasado muchas noches ahí, estudiándolo todo. Es difícil de llegar si no se conoce el camino, pues es un sitio escondido: hay un parque con una fuente y alrededor una decena de casas. Sabe que el guardia de seguridad se entretiene a esa hora con la telenovela y que no habrá problema si se sienta en las bancas. En unos minutos llegará la última residente y esa será su hora tope para realizar el trabajo.
La puerta de una casa blanca se abre y aparece una niña de diez años con su madre, van a pasear al perro como lo esperaba, no lo han visto. La pequeña camina, corre, salta… es tan injusto… si tan solo… No, no debe pensar en ella ahora.
La luz de un faro de auto llega para alumbrar aquella oscuridad, se estaciona muy cerca del hombre y baja una joven uniformada de oficinista, tiene muchas cosas en los brazos. Él se levanta y camina en su dirección, es la hora, la saluda, ella responde y sigue de largo hacia la casa blanca. El perro le ladra, pero no con suficiente tiempo para prevenir a alguien. El hombre solo saca un revolver de su pantalón y da dos disparos. Se escucha el grito de una mujer y el golpe de cosas al caer...        
Corre de regreso a casa, no se percata de lo que va pasando ni las personas que lo miran. Llega y apresuradamente entra en la habitación de la puerta rosada, en el centro hay una cama con una niña de diez años que duerme. Se acuesta junto a ella y abraza la mitad de su cuerpo, aquel accidente de tránsito le quitó más que su familia. No ha llorado en años pero siente la necesidad de hacerlo. Sara se despierta y con sus brazos intenta sentarse y besarlo. Arrastrándose la niña toma la sabana puesta al final de la cama y tapa a su padre, susurrándole dulces sueños.